Hughes tenía alquilados el sexto y séptimo pisos, para él y sus servidores, porque supuestamente haría negocios con el general Anastasio Somoza Debayle, entre ellos la construcción de un oleoducto.
La fiesta con Los Ramblers, uno de los mejores conjuntos de la época, había sido publicitada en los periódicos en las últimas semanas como uno de los mejores eventos prenavideños. Atilio Ibarra estaba tocando la batería y al ocurrir el sismo pesó más su instinto de bombero que de músico. Otro miembro del Benemérito Cuerpo de Bomberos, el mayor Ramón Lobo, también era músico y estaba tocando en un sitio cercano, el San Luis Blue, una de las esquinas de la Avenida del Ejército.
Cuarenta años después, Ibarra y Lobo recuerdan que dejaron de lado los instrumentos musicales y buscaron cómo salir para ir a reportarse a la Estación de Bomberos. Caminaron por la Calle Colón y al paso observaron cómo salía la gente atontada de las casas o lo que quedaba de las casas, pero ellos nada podían hacer sin sus equipos.
Managua estaba en la oscuridad y los dos bomberos, cada uno por su lado, llegaron a los restos de su cuartel: todo estaba aplastado. El letrero luminoso que habían colocado sobre la Estación, donde se leía: Felices Pascuas y Año Nuevo, fue pulverizado por la sacudida terráquea.
Con la luz de la Luna, Ibarra logró ver la bota del oficial que estaba de turno, quien había muerto aplastado por una pared del edificio de los Bomberos.
Cae con la segunda planta Félix Téllez, con 22 años de edad, era otro bombero de turno en el cuartel la noche del 22 de diciembre de 1972. Recuerda que ese día les habían pagado el aguinaldo y a las 10 de la noche salió de la cabina de mando para entregar el turno al capitán Macario Estrada López y retirarse a dormir al segundo piso. A esa hora sintieron temblores leves.
“Había calor y bochorno”, relata Téllez, quien se durmió y solo despertó cuando escuchó los gritos del jefe, Roberto Solís: “¡Terremoto, muchachos! ¡Terremoto !”
Téllez recuerda haber escuchado un estruendo en la profundidad de la tierra y un aire caliente recorrió sus pies.
El Cuartel de Bomberos estaba frente al Estadio Nacional, en el mismo sitio en que se halla cuatro décadas después. El edificio tenía dos plantas y las dos cayeron.
Aturdido, Téllez pensó en lanzarse al vacío creyendo que aún estaba en la segunda planta. Intentó ponerse de pie y cayó. Tenía heridas en los pies, causadas por los cristales rotos, el ambiente estaba cargado del polvo fino de la destrucción y, por la oscurana, era difícil ver a una distancia mayor de un metro.
Cambio de turno fatal
El terremoto terminó con la dicha del bombero Ronald Madriz, quien ese 22 de diciembre se había graduado de ingeniero civil y al comenzar el día 23 murió aplastado por una pared del cuartel.
En la desesperación, otro bombero intentó salir por el patio, pero la estructura de mampostería estaba rota y las varillas descubiertas le desgarraron el brazo izquierdo, quedando en estado grave por el desangramiento.
Téllez cuenta que en el cuartel había entre 50 y 60 bomberos esa noche, que se habían quedado a dormir porque en la madrugada del 23 de diciembre irían a tocar una serenata, una tradición que mantenían desde el año 1936.
Ibarra dice que vio a bomberos atrapados entre los camiones destruidos al caer la segunda planta del edificio.
El bombero Miguel Salgado tenía libre la noche del 22 de diciembre, pero pidió hacer ese turno para poder estar con su familia la noche del 31. Ese cambio de turno le costó la vida. Encontraron su cuerpo debajo de la marquesina del cuartel.
Un segundo sismo Solo un camión de bomberos quedó bueno, porque andaba fuera del cuartel en el momento del terremoto. Era una ronda habitual, dado que en las calles de Managua había mucho movimiento, por las fiestas y las ofertas en las tiendas.
El mayor Ángel Rodríguez comenta que era costumbre de los bomberos, a partir del primero de diciembre, hacer rondas nocturnas por los mercados Central y San Miguel, ubicados cerca de donde hoy está el Colegio Loyola.
Esa noche, Rodríguez era el jefe de brigada y andaba con Orlando Ponce al volante. Bajaron por la Avenida Bolívar y cuando se acercaban al Teatro González sintieron un temblor “como de cinco grados”. Decidieron ir por la Avenida del Centenario, que era la calle de la Catedral, de sur a norte, y tomaron después la 15 de Septiembre, para salir al Ministerio de Hacienda.
Estaban parqueándose junto al almacén Ludeca, distribuidor de maquinarias agrícolas, cuando sintieron “el temblor grande”. Miraron cómo algunos postes se venían sobre el camión y caían a la par. Rodríguez y Ponce salieron del vehículo y corrieron hacia un predio vacío, donde iban a construir el consultorio de un doctor de apellidos Pérez Mora.
Escuchaban gritos pidiendo auxilio y cuando quisieron hacer algo, hubo otro sismo que derribó lo que aún quedaba en pie alrededor.
Los dos bomberos ayudaban a gente que estaba prensaba por objetos algo pequeños, cuando escucharon una explosión por la zona de la iglesia Santo Domingo, donde quedaba el almacén de armas de la Guardia Nacional.
Las calles quedaron cerradas por escombros. Llamaron por radio al cuartel y nadie les contestó, hasta las dos de la mañana que un bombero les avisó por un radio portátil que el cuartel estaba destruido, había muertos y era mejor que se quedaran allí hasta el amanecer.
Al salir el sol el 23 de diciembre de 1972, Ángel Rodríguez entregó el camión de bomberos y fue a su casa, en la colonia Nicarao. Sus familiares estaban en la calle. Les ayudó a hacer una champa, para refugiarse, y regresó a trabajar en lo que quedaba del cuartel.
Arrasado
El periodista Nicolás López Maltez, en su libro Managua 1972, tomo I, precisa que el terremoto destruyó el área más poblada y urbanizada, entre la laguna de Tiscapa y el lago Xolotlán, porque la Avenida Roosevelt tenía debajo una falla de 13 cuadras. Quedaron destruidas 640 manzanas urbanas, donde había 60,000 edificaciones.
Sugerencias de veteranos A las nueve de la mañana del 23 de diciembre, entraron a Managua los bomberos de las ciudades del interior del país y de Costa Rica, el país vecino del sur. Empezaron así las labores de rescate.
El fuego se expandía, arrasaba con lo que quedaba del centro de Managua. Algunos incendios fueron consecuencia de actos vandálicos o provocados por comerciantes que buscaban cobrar un seguro, según testimonios de bomberos testigos del saqueo que se desató en la ciudad.
El mayor Atilio Ibarra, del Benemérito Cuerpo de Bomberos de Managua, afirma que su organización tiene ahora más conocimientos para atender este tipo de emergencias.
Ibarra casi muere intoxicado en la madrugada del 23 de diciembre de 1972, por falta de equipos de protección. Los bomberos trabajaron esos días casi sin descanso y con hambre. Ante la falta de alimentos sólidos bebían leche que les obsequiaban los dueños de la industria Eskimo.
El mayor Félix Téllez considera hoy que, de ocurrir otro terremoto en Managua, podrían morir 1 de cada 3 habitantes, si no se adoptan las medidas preventivas.
Los bomberos recomiendan recoger agua, tener lámparas y radios con baterías, almacenar granos básicos y no poner televisores en lugares altos “porque, a veces, la sacudida no nos mata, pero sí los objetos mal colocados”.
http://www.elnuevodiario.com.ni/terremoto-1972/271866-noche-de-bomberos-inocentes
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